miércoles, 1 de abril de 2015

El anhelo más profundo de Andreas Lubitz

El anhelo más profundo de Andras Lubitz, exactamente igual que todos los hombres y mujeres del mundo, era sentirse apreciado.

El anhelo es un deseo vehemente, irracional e impulsivo que nos empuja en una dirección sin que podamos hacer gran cosa para remediarlo. Según William James, sentirse apreciado es el principio más profundo de la naturaleza humana.
Deseamos ser importantes, reconocidos por nuestros logros, considerados por los demás, aspiramos a dejar nuestro sello en el mundo cuando ya no estemos. Tanto que los ataques a nuestra persona, a nuestro ego o a nuestra  capacidad pueden llegar a ser vistos como el peor de los ataques. Sobre todo si eres hombre.
Nuestra sociedad premia al hombre de éxito que cumple sus objetivos y triunfa sobre los demás. Es el jefe de la tribu de hace 150.000 años que cazaba para dar de comer a todos y les protegía de tribus rivales pero en su versión actualizada a nuestro tiempo. La mujer también necesita sentirse apreciada y querida pero no tanto a nivel de logro.




Se ha escrito y se seguirá escribiendo mucho sobre Andreas Lubitz, la sociedad necesita saber qué pasó, suplica unas explicaciones convincentes que le demuestren lo especial del caso y lo improbable de su repetición.
Andreas Lubitz estaba diagnosticado de depresión, estaba medicado, dormía mal, era un obsesivo... todos estos datos no explican gran cosa en si mismos. Si nos muestran a una persona luchadora a la que el mundo le estaba quedando un poco grande. Una persona que llevaba muchos años luchando por ser piloto, que había sido rechazado pero que seguía peleando por su gran sueño, ser piloto, ser apreciado, ser alguien.
La compañía reconoce que en 2009 fue diagnosticado de una grave depresión, pero eso a parte de no explicar lo sucedido estigmatiza a los depresivos.
Según datos de la Organización mundial de la salud (OMS)  la depresión afecta a un 4% de la población Española, lo que supondrían más de 1.500.000 personas en riesgo de cometer, cuando menos, alguna imprudencia.
Bien es cierto que una persona con una depresión severa no está en condiciones de tener a su cargo decenas de vidas, pero porque es mucho más fácil que cometa un error fatal, no porque vaya a estrellar un avión intencionadamente, la depresión no te convierte en homicida.
Según los criterios diagnósticos del DSM-IV una persona que durante 2 semanas tenga ánimo depresivo, insomnio, fatiga, dificultad para concentrarse y sentimientos de inutilidad puede ser diagnosticada de episodio depresivo mayor. ¿Quién no ha pasado dos semanas con esos síntomas? Esto no explica gran cosa...




¿Cuál es el fondo de la tragedia?

Andreas Lubitz se sintió despreciado, herido en lo más profundo de su ser, llevaba muchos años luchando por ser piloto, por ser alguien. Toda su vida giraba en torno a ser piloto, y si no llegaba a conseguir su sueño nada tenía sentido.
Andreas descubre que tiene un problema en la vista que no podrá sortear, el mundo, si ya de por si le quedaba grande acaba de subir 7 tallas, es el fin.
Así nos encontramos ante una persona que no tiene nada que perder, ya lo ha perdido todo desde su perspectiva.
Además, con razón o sin ella se ha sentido humillado, un depresivo no estrella un avión con 150 personas, uno que se siente denigrado y sin nada que perder si. No se tuvo en cuenta el anhelo más profundo de la naturaleza humana, sentirse apreciado.

Puede parecer inverosímil que una tragedia de esta magnitud ocurra por algo en principio trivial, sentirse despreciado, pero esto no es nada nuevo. Desgraciadamente hemos visto más de una masacre, sobre todo en EEUU, donde jóvenes varones en su gran mayoría (los más sensibles al desprecio) matan sin compasión porque han sido denigrados por sus iguales. Puede haber más taras, pero el fondo de la cuestión es que se sintieron despreciados y humillados.
Lo característico de esta tragedia es que el sujeto en cuestión tenía la posibilidad de matar a 150 personas de un golpe, pero la motivación subyacente es la misma que en otras masacres.

Siguiendo con EEUU y sin llegar a una masacre, los datos apuntan a que un alto porcentaje de asesinatos que se cometen entre hombres son debidos a pequeñas discusiones a cerca de nada (me ha empujado, me ha mirado mal...) en realidad no es el hecho en si lo que produce la reacción, lo que se pone en entredicho es su capacidad, su masculinidad o su estatus, y eso para nuestros genes es la peor de las ofensas.

Nuestra tecnología, nuestra cultura y nuestra forma de vida ha evolucionado mucho a lo largo de los siglos, pero nuestro software apenas ha cambiado en los últimos 150.000 años y los parámetros que usa nuestro inconsciente son los que eran útiles hace miles de años: un hombre cuya capacidad, virilidad o masculinidad está en entredicho será despreciado por su tribu y por las mujeres. Por lo tanto no podrá reproducirse y estará condenado al ostracismo, el peor de los castigos que puedes infringir a tus genes, de ahí esas reacciones absolutamente desproporcionadas y difíciles de entender. Porque la partida se juega a nivel instintivo y nuestro inconsciente pone en marcha mecanismos ancestrales en su lucha por la supervivencia de difícil encaje en el siglo XXI.

Andreas necesitaba alguien que le ayudase a elaborar una salida digna a su Yo más que medicación.
Fácil de ver ahora, difícil de prever en su momento.




Referencias:

American Psychiatric Association (APA). (1994). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. DSM-IV-TR. Editorial Masson.

Carnegie, Dale (2014). Como hacer amigos e influir en las personas. Editorial Elipse.

Malo, Pablo, (6 de junio de 2013). Evolución y Neurociencias (mensaje en un blog).
Recuperado de http://evolucionyneurociencias.blogspot.com.es/2013/06/la-importancia-de-lo-que-piensen-los.html





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